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Comienzo de Defensa de lo privado

Por Wolgang Sofky

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 | Publicado el 12/03/2010 |  Ver el número en PDF

Wolfang Sofsky, sociólogo, periodista y escritor, reflexiona en su último ensayo sobre la privacidad como fundamento de la libertad personal. En un momento donde la corrupción política y económica está al día, este libro pone el dedo en la llaga en el debate acerca la destrucción de la vida privada, la indignación de la usurpación de datos, la vigilancia secreta de personas, escuchas telefónicas, búsqueda policíaca extensiva o controles de seguridad generalizados. A continuación, les adelantamos las primeras páginas


Las ventajas de lo privado
Todo ciudadano tiene algo que ocultar. Dónde se encuentra y con quién conversa, qué pasiones lo arrastran y qué enfermedades lo postran, con quién se divierte y de qué aficiones disfruta; nada de eso está destinado a ojos y oídos ajenos. Ninguna autoridad ni empresa está autorizada para abarcar y menos aún para dirigir los hechos de la vida privada. El grado en que los individuos disfrutan de libertad en la sociedad se mide por el modo como pueden encauzar su vida a su manera, sin injerencias indeseadas de terceros. La privacidad es el fundamento de la libertad, y esta libertad protege frente a todo poder.

La destrucción de lo privado se halla desde hace años en pleno apogeo. Cada vez es menor la indignación acerca de la usurpación de datos, vigilancia secreta de personas y teléfonos, búsqueda policíaca extensiva o controles de seguridad generalizados. Apenas si significa ya algo más que un breve sobresalto desde el sueño profundo de la comodidad colectiva. A la inmensa mayoría de los súbditos les resulta desde hace ya largo tiempo un hecho obvio ser controlados, espiados, tutelados y una y otra vez tranquilizados. Prefieren fiarse de manera incondicional de las promesas de las autoridades. So pretexto de cuidarse del sistema de la enseñanza pública, la formación profesional y la justicia social, las instancias superiores escudriñan a fondo a sus súbditos, controlan los casos fuera de lo normal y someten su existencia a prescripciones y prohibiciones. El ciudadano asume con gesto despreocupado las advertencias sobre “abstractos” peligros terroristas con que los aparatos de seguridad suelen justificar el espionaje cotidiano. La marcha hacia el Estado preventivo parece imparable. Contribuye a ello la torpeza y la pusilanimidad de los ciudadanos. La protección del parque humano, cerrado con alambradas, figura evidentemente entre los mayores anhelos de la ciudadanía. Con alguna mayor sensibilidad reacciona la población en caso de un escándalo de vigilancia a cargo de alguna gran firma o la utilización comercial de datos de los clientes. Entonces queda dañado el prestigio de la empresa. Se sigue considerando que el mercado y la gerencia empresarial son arena del ánimo de lucro privado. Aunque el poder de información económica aumenta de manera casi imperceptible, a muchos les persigue la sensación de que los ofertantes saben mucho más acerca de sus clientes qué estos acerca de la calidad de los productos ofertados. Del mismo modo que el Estado amplía su poder de control, así también las empresas tienen que afanarse por averiguar los deseos secretos para encauzarlos por vías prometedoras de beneficios. Y así como el Estado aviva la ilusión de seguridad, de igual modo la empresa privada sueña con domesticar el mercado. Quiere anticiparse a toda costa a los lances y los caprichos de la demanda. Tanto el Estado como el mercado están muy lejos de garantizar la libertad de la vida privada.

Resuenan altos los gritos de la indignación cuando se publican casos de asesinatos de niños, violaciones o incestos crónicos. Los vecinos declaran en un primer momento que no habían advertido nada, absolutamente nada. Luego, tras madura reflexión, conceden que algo habían sospechado. Y al final, cuando ha pasado ya algún tiempo, afirman que en realidad siempre lo habían sabido. El poder oscuro de la indiferencia, de la abulia, de la vergüenza y del disimulo se extiende sobre diversas zonas íntimas. Los abusos sexuales de los niños son a menudo encubiertos por la propia es¬posa. Los padres descargan sobre los niños golpes brutales o los dejan morir de hambre encerrados en un cuarto por simple desidia. Un embarazo indeseado puede ser ignorado por los familiares, los compañeros e incluso por la propia futura madre. También en la vida privada prefiere la gente a menudo no enterarse de lo que está sucediendo. Pero ¿justifica todo eso la apelación a la asistencia generalizada del Estado, a los controles permanentes por medio de funcionarios, vecinos y denunciantes? Algunos problemas familiares constaban en autos antes de producirse el delito, pero nadie contaba con que el hecho sucediera. Es una trivialidad que la protección de lo privado no justifica ningún crimen. La falsa vergüenza del encubrimiento no es sino complicidad para una nueva transgresión. Pero no es la libertad la que crea la monstruosidad. Los crímenes prosperan tanto en el ámbito privado como en el público. La libertad que no puede ser mal usada no es libertad. No se la puede proteger cuando sin más tardanza se la elimina.

La defensa práctica de lo privado tropieza, por consiguiente, con varias barreras. Figura aquí el deseo de previsión, seguridad, confianza que empapa todo el tejido de una sociedad que confía en el Estado y marca profundamente cada uno de sus hábitos culturales. Ante todo peligro, sea real o imaginado, ante cualquier inmoralidad y discrepancia, resuena al instante la petición de intervención y prohibiciones. El malhumor, el desaliento y el tedio frente a la política proceden, no en último término, del hecho de que el Estado tiene que defraudar inevitablemente esta ilusión de protección familiar. Nunca y en modo alguno puede el Estado satisfacer la demanda social de seguridad total. El programa de prevención no conoce límites. La circunstancia de que los políticos quieran alertar a su electorado sobre los auténticos temores no es sino una transparente maniobra para ampliar los poderes del ejecutivo y cosechar votos adicionales.

También la competencia económica proporciona motivos para la investigación de las formas de vida privadas. En la lucha por la demanda, los ofertantes intentan fidelizar a sus clientes y averiguar sus inclinaciones individuales. El mercado libre, en que la gente compara sin trabas las ofertas y elige sin tener en cuenta la dirección para a continuación seguir su camino, contradice el ideal de una economía que quiere mantener su entorno estable y calcular el futuro. Se propaga vinculación y seguridad y se genera confianza cuando se penetra sin vacilaciones en las intimidades de lo privado y se realiza un perfil personal para cada consumidor. Para las instituciones del poder político y económico, la privacidad, la libertad y la rebeldía son molestas reliquias de una época en que todavía existían ámbitos sociales más allá del Estado y el mercado.

WOLFGANG SOFSKY fue, hasta el año 2000, profesor de Sociología en Gotinga y Erfurt y en la actualidad es hombre de letras, autor independiente y comentarista político. En 1993 le fue otorgado el premio Geschwister-Scholl por su obra Die Ordnung des Terrors. Das Konzentrationslager (El orden del terror. El campo de concentración). Al castellano han sido traducidas sus obras: Tiempos de horror: amor, violencia y guerra (Siglo XXI, Madrid, 2004) y Tratado sobre la violencia (Abada, Madrid, 2006).






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