Wolfang
Sofsky, sociólogo, periodista y escritor, reflexiona en su último
ensayo sobre la privacidad como fundamento de la libertad personal. En
un momento donde la corrupción política y económica está al día, este
libro pone el dedo en la llaga en el debate acerca la destrucción de la
vida privada, la indignación de la usurpación de datos, la vigilancia
secreta de personas, escuchas telefónicas, búsqueda policíaca extensiva o
controles de seguridad generalizados. A continuación, les adelantamos
las primeras páginas
Las ventajas de lo privado
Todo ciudadano tiene algo que ocultar. Dónde se encuentra y con quién
conversa, qué pasiones lo arrastran y qué enfermedades lo postran, con
quién se divierte y de qué aficiones disfruta; nada de eso está
destinado a ojos y oídos ajenos. Ninguna autoridad ni empresa está
autorizada para abarcar y menos aún para dirigir los hechos de la vida
privada. El grado en que los individuos disfrutan de libertad en la
sociedad se mide por el modo como pueden encauzar su vida a su manera,
sin injerencias indeseadas de terceros. La privacidad es el fundamento
de la libertad, y esta libertad protege frente a todo poder.
La destrucción de lo privado se halla desde hace años en pleno apogeo.
Cada vez es menor la indignación acerca de la usurpación de datos,
vigilancia secreta de personas y teléfonos, búsqueda policíaca extensiva
o controles de seguridad generalizados. Apenas si significa ya algo más
que un breve sobresalto desde el sueño profundo de la comodidad
colectiva. A la inmensa mayoría de los súbditos les resulta desde hace
ya largo tiempo un hecho obvio ser controlados, espiados, tutelados y
una y otra vez tranquilizados. Prefieren fiarse de manera incondicional
de las promesas de las autoridades. So pretexto de cuidarse del sistema
de la enseñanza pública, la formación profesional y la justicia social,
las instancias superiores escudriñan a fondo a sus súbditos, controlan
los casos fuera de lo normal y someten su existencia a prescripciones y
prohibiciones. El ciudadano asume con gesto despreocupado las
advertencias sobre “abstractos” peligros terroristas con que los
aparatos de seguridad suelen justificar el espionaje cotidiano. La
marcha hacia el Estado preventivo parece imparable. Contribuye a ello la
torpeza y la pusilanimidad de los ciudadanos. La protección del parque
humano, cerrado con alambradas, figura evidentemente entre los mayores
anhelos de la ciudadanía.
Con alguna mayor sensibilidad reacciona la población en caso de un
escándalo de vigilancia a cargo de alguna gran firma o la utilización
comercial de datos de los clientes. Entonces queda dañado el prestigio
de la empresa. Se sigue considerando que el mercado y la gerencia
empresarial son arena del ánimo de lucro privado. Aunque el poder de
información económica aumenta de manera casi imperceptible, a muchos les
persigue la sensación de que los ofertantes saben mucho más acerca de
sus clientes qué estos acerca de la calidad de los productos ofertados.
Del mismo modo que el Estado amplía su poder de control, así también las
empresas tienen que afanarse por averiguar los deseos secretos para
encauzarlos por vías prometedoras de beneficios. Y así como el Estado
aviva la ilusión de seguridad, de igual modo la empresa privada sueña
con domesticar el mercado. Quiere anticiparse a toda costa a los lances y
los caprichos de la demanda. Tanto el Estado como el mercado están muy
lejos de garantizar la libertad de la vida privada.
Resuenan altos los gritos de la indignación cuando se publican casos de
asesinatos de niños, violaciones o incestos crónicos. Los vecinos
declaran en un primer momento que no habían advertido nada,
absolutamente nada. Luego, tras madura reflexión, conceden que algo
habían sospechado. Y al final, cuando ha pasado ya algún tiempo, afirman
que en realidad siempre lo habían sabido. El poder oscuro de la
indiferencia, de la abulia, de la vergüenza y del disimulo se extiende
sobre diversas zonas íntimas. Los abusos sexuales de los niños son a
menudo encubiertos por la propia es¬posa. Los padres descargan sobre los
niños golpes brutales o los dejan morir de hambre encerrados en un
cuarto por simple desidia. Un embarazo indeseado puede ser ignorado por
los familiares, los compañeros e incluso por la propia futura madre.
También en la vida privada prefiere la gente a menudo no enterarse de lo
que está sucediendo. Pero ¿justifica todo eso la apelación a la
asistencia generalizada del Estado, a los controles permanentes por
medio de funcionarios, vecinos y denunciantes? Algunos problemas
familiares constaban en autos antes de producirse el delito, pero nadie
contaba con que el hecho sucediera. Es una trivialidad que la protección
de lo privado no justifica ningún crimen. La falsa vergüenza del
encubrimiento no es sino complicidad para una nueva transgresión. Pero
no es la libertad la que crea la monstruosidad. Los crímenes prosperan
tanto en el ámbito privado como en el público. La libertad que no puede
ser mal usada no es libertad. No se la puede proteger cuando sin más
tardanza se la elimina.
La defensa práctica de lo privado tropieza, por consiguiente, con varias
barreras. Figura aquí el deseo de previsión, seguridad, confianza que
empapa todo el tejido de una sociedad que confía en el Estado y marca
profundamente cada uno de sus hábitos culturales. Ante todo peligro, sea
real o imaginado, ante cualquier inmoralidad y discrepancia, resuena al
instante la petición de intervención y prohibiciones. El malhumor, el
desaliento y el tedio frente a la política proceden, no en último
término, del hecho de que el Estado tiene que defraudar inevitablemente
esta ilusión de protección familiar. Nunca y en modo alguno puede el
Estado satisfacer la demanda social de seguridad total. El programa de
prevención no conoce límites. La circunstancia de que los políticos
quieran alertar a su electorado sobre los auténticos temores no es sino
una transparente maniobra para ampliar los poderes del ejecutivo y
cosechar votos adicionales.
También la competencia económica proporciona motivos para la
investigación de las formas de vida privadas. En la lucha por la
demanda, los ofertantes intentan fidelizar a sus clientes y averiguar
sus inclinaciones individuales. El mercado libre, en que la gente
compara sin trabas las ofertas y elige sin tener en cuenta la dirección
para a continuación seguir su camino, contradice el ideal de una
economía que quiere mantener su entorno estable y calcular el futuro. Se
propaga vinculación y seguridad y se genera confianza cuando se penetra
sin vacilaciones en las intimidades de lo privado y se realiza un
perfil personal para cada consumidor. Para las instituciones del poder
político y económico, la privacidad, la libertad y la rebeldía son
molestas reliquias de una época en que todavía existían ámbitos sociales
más allá del Estado y el mercado.
WOLFGANG SOFSKY fue, hasta el año 2000, profesor de
Sociología en Gotinga y Erfurt y en la actualidad es hombre de letras,
autor independiente y comentarista político. En 1993 le fue otorgado el
premio Geschwister-Scholl por su obra Die Ordnung des Terrors. Das
Konzentrationslager (El orden del terror. El campo de concentración). Al
castellano han sido traducidas sus obras: Tiempos de horror: amor, violencia y guerra (Siglo XXI, Madrid, 2004) y Tratado sobre la violencia (Abada, Madrid, 2006).